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En nuestra ciudad abundan las ofertas culturales de todo tipo, pero que encarnen ideales y herramientas para la superación personal y colectiva muy pocas.

Hace siete años un sueño de algunos, tomó forma en el barrio Parque Lasa, específicamente en la escuela nº 10 Padre Salvaire. Allí protegida por un techo de chapas que deja entrever las estrellas, un grupo de docentes de música con algo de quijotes, comenzaron el difícil arte de enseñar música. De a poco fueron apareciendo pibes y pibas del barrio y de otros barrios, todos con el mismo interés y las mismas ganas de tocar un instrumento. Es probable que muchos se acercaran por guitarra o piano, pero conocieron clarinetes, trompetas, violines, chelos y hasta el xilofón. El grupo fue creciendo lenta pero sostenidamente y los resultados no se hicieron esperar.

Han pasado cientos de estudiantes entre los 8 y 20 años de edad, durante estos primeros siete años. Distintas edades e intereses, pero también distintas clases sociales, escuelas, historias y capacidades. Todos han tenido su lugar y todos han ganado, porque la diversidad siempre nos hace crecer y ser mejores personas.

El encuentro con el otro multiplica, y si la música es el puente para eso, florecen grandes amistades y grandes aprendizajes. La esencia de una orquesta es eso. Cruce de notas, tonos, materiales e intérpretes que, más allá de lo diverso, logran un todo armónico y mucho más valioso que la suma de sus partes.

El arte, en todas sus expresiones, es terapéutico y sanador ya que permite tramitar y poner afuera lo que nos inquieta o angustia del adentro. El sonido de un instrumento abre la cabeza a cualquier ser humano, nos hace vibrar con sus tonos y texturas y al ponerlo en juego con otros instrumentos el efecto es maravilloso.

Numerosos estudios científicos se ocuparon de los efectos de la música clásica, por ejemplo, en procesos vinculares y cognitivos. A finales de la década del ´90 neurólogos y psicólogos comenzaron a estudiar el denominado “Efecto Mozart” en niños y en ancianos. Los resultados, aunque controversiales, son sorprendentes.

La palabra es una autopista para expresar nuestros sentires, pero aquello que no puede ser dicho, puede expresarse en el arte. Una piba distraída en el aula, se enfoca perfectamente en su violín. Un pibe hiperkinético se calma al soplar su oboe. Y aquellos con baja autoestima se sienten incluidos y tenidos en cuenta en la orquesta. Sienten que su aporte es importante, tan importante que reciben aplausos en cada uno de sus conciertos en escuelas y en eventos oficiales a los que son invitados. La autoestima y la valorización personal son elementos indispensables para el desarrollo emocional y madurativo de un niño o adolescente y son procesos que se activan en el intercambio social. ¿Nos preguntamos cuantos pibes y pibas de Lujan reciben aplausos por lo que hacen?

La Orquesta también es un sostén de subjetividades e identidades. Los profes sostienen dos veces a la semana el espacio-tiempo de encuentro y crecimiento, muchas veces a lo largo de todos estos años haciendo frente a salarios remolones, a intentos de cierre y hasta enfrentando la apatía del mundo adulto. En esta orquesta actualmente concurren entre 70 y 80 alumnos y alumnas. Sostén de sueños, proyectos y aplausos. Esos “sostenedores” son: Santiago Mastronardi , Sergio Martínez , Carina Garrido, Israel López , Rubén Vargas, Liliana Bao, Josefina McLean, Oscar Romano, Leo Mazzeo.

El arte al alcance de niños, niñas y adolescentes debería ser Política de Estado para cualquier gobierno, deberíamos tener una escuela de arte o una orquesta en cada barrio, y los adultos deberíamos comprar en cuotas charangos, violones, témperas, lápices y trompetas a nuestros hijos, en lugar de celulares, tablets o plays…

Antonin Artaud soñaba con un presidente escultor, un pianista ministro de economía y un mimo como ministro de defensa… tal vez haya que seguir soñando.

Lic. Esteban Gomez – Psicoanalista UBA

MN 25591 MP 25668

Publicado el sábado 10 de noviembre de 2018

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