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Un viejo dicho del siglo XIX asegura que “la guerra es la partera de la historia” y otro, nos la presenta como “la continuación de la política en otros territorios”. Tal vez sería más apropiado describir a la guerra como el cortejo fúnebre de ciertos intentos de los seres humanos de escribir su destino. Las guerras jamás resolvieron conflictos humanos y mucho menos sembraron paz, más bien hacen germinar rencores y revanchas.

La historia de la humanidad está llena de hechos, relatos y mitos en torno a los grandes temas de la humanidad. La existencia, la vida, la muerte, la felicidad y la guerra, hechos que descubren las esencias humanas, es decir sus luces y sombras.
Nuestra sociedad tiene en su haber numerosos hechos de sangre. Conquistas y genocidios, guerras por la independencia, guerras internas, magnicidios, terrorismo de estado y también una guerra contemporánea con una potencia extranjera.
En las ciencias sociales las décadas traen entendimiento y mayor comprensión sobre lo sucedido, al alejarse paulatinamente de lo emocional y logrando la objetividad deseada. Es allí en donde emergen con mayor claridad las polaridades de actitudes y las dimensiones de sus actores sociales.

Los farsantes están encabezados por esos “pequeños hombres y mujeres” que están condenados al olvido y al oprobio. Aquellos que solo buscaban su provecho, sus intereses de clase, mantener privilegios o simplemente ocultar su ineptitud. Sabemos que los guió su afán de perpetuación en el poder y quizás su desesperación por no perderlo. Historiadores, politólogos, militares, periodistas y sociólogos han escrito miles de páginas analizando letra a letra, paso a paso lo sucedido, las circunstancias y las consecuencias de la Guerra de Malvinas. Hoy podemos entender claramente qué pasó.

Los Héroes están encabezados por hombres que en aquellos días eran pibes, que por su edad apenas estaban saliendo de la adolescencia o entrando en la juventud. Soldados u oficiales, marinos o aviadores, médicos o enfermeros, aquellos representan una dimensión más grande de seres humanos. No tanto por su capacidad militar o estratégica, sino porque tuvieron que hacerse cargo de su tiempo histórico-social. A ellos les tocó “ir al frente”, mientras otros se quedaron en los cálidos escritorios de un otoño de 1982.

Como Ulises o David, aquellos jóvenes enfrentaron a varios enemigos a la vez. La geografía, el clima, la improvisación, el desabastecimiento, el miedo y a un ejército profesional y poderoso. Pero lo más terrible de su Odisea, se produjo después, a su regreso. Allí la guerra continuó en otros escenarios y volvieron al combate. Un combate más oscuro y ominoso. Esta vez enfrentando al silencio obligado, al olvido y a la estigmatización de su propio pueblo. Algunos con el cartel de “soldados locos” y otros como “militares cagones”.  Se inició así el intento de «Des-Malvinización» de la sociedad que tuvo éxito por algunos años, pero que fue resistido desde sus inicios, una vez más heroicamente, por aquellos jóvenes y sus familias. Hoy felizmente, Malvinas esta en las aulas, en el cine, en los libros, en canciones y en la mesa familiar.

Tenemos por delante dos grandes desafíos como sociedad. Por un lado, distinguir y separar la paja y el trigo, héroes de farsantes; y por el otro, continuar con el sano ejercicio de la memoria. Recordando las lecciones de nuestra historia, no repitiendo errores del pasado reciente y reconociendo a nuestros héroes para poder sanar día a día, aquellas heridas que nos siguen doliendo.

Publicado el jueves 2 de abril de 2020

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