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En esta fecha, ante un nuevo aniversario de la Declaración de la Independencia, suelo recordar ese magistral poema de Borges, su Oda escrita en 1966. Hay un verso en particular que suele ser citado, y que hasta ha sido convertido en consigna: “Nadie es la patria, pero todos lo somos”.

¿Qué entendemos por Patria?

Sin adjetivos, en forma directa, con solo ocho palabras expresa lo que a catedráticos e investigadores de las ciencias sociales, y también a dirigentes políticos, les ha llevado tiempo y páginas explicar. Y es así. Nadie, ni siquiera las mujeres y los hombres más destacados de nuestra historia han sido o son en sí mismos, como individuos, la Patria. Y seguramente ninguno de ellos, aun con todas sus humanas vanidades, pretendió encarnar la Argentina.
Fue complejo, contradictorio, difícil y doloroso el propio proceso que llevó a que en Tucumán, aquel 9 de julio de 1816, aquellos representantes de las Provincias Unidas en Sud América resolvieran finalmente declarar “solemnemente a la faz de la tierra, que es voluntad unánime e indubitable de estas Provincias romper los violentos vínculos que los ligaban a los reyes de España, recuperar los derechos que les fueron despojados, e investirse del alto carácter de una nación libre e independiente del rey Fernando séptimo, sus sucesores y metrópoli”. Hubo dudas, heroísmos, renunciamientos y traiciones. Abundaron las grandes gestas que leemos en los libros de historia desde nuestra escuela primaria, pero no faltaron los fracasos silenciados en las crónicas oficiales.
Todo construyó aquella Declaración. Con idas y venidas, con claroscuros, los congresales reunidos en Tucumán dieron forma a esa Declaración, “protestando al Cielo, a las naciones y hombres todos del globo la justicia que regla nuestros votos”.
Es un error suponer que aquello fue solo un acto, una imagen de un único momento, y no un acontecimiento más en un largo proceso que se había iniciado no menos de una década antes, y que continuaría todavía, incluso hasta nuestros días. Si fuera un relato, podría ser leído como un capítulo, sin dudas, significativo, pero de ningún modo como el inicio o el fin de una historia.

Una patria que “está siendo…”

Ese 9 de julio de 1816 fue la consecuencia de una sucesión de hechos anteriores, pero también una de las causas del devenir posterior de la vida nacional. No puede entenderse esa fecha sin saber qué ocurrió antes, pero tampoco explicar lo que siguió sin saber qué pasó aquella vez en Tucumán. “La patria, amigos, es un acto perpetuo / Como el perpetuo mundo”, dice también –y siempre mejor– Borges.
Esto me lleva a otros versos de esa Oda, quizás aun más conmovedores y comprometedores, pues decididamente nos incluyen en la trama de esta historia: “Nadie es la patria, pero todos debemos / Ser dignos del antiguo juramento / Que prestaron aquellos caballeros / De ser lo que ignoraban, argentinos, / De ser lo que serían por el hecho / De haber jurado en esa vieja casa. / Somos el porvenir de esos varones, / La justificación de aquellos muertos; / Nuestro deber es la gloriosa carga / Que a nuestra sombra legan esas sombras/ Que debemos salvar”.
Es difícil decir si aquellos hombres reunidos en aquel Congreso podían siquiera imaginar que el devenir de la historia, dos siglos más tarde, llegaría a esta Argentina actual. Pero nosotros sí sabemos que con aquel acto, y con todos los que lo precedieron y lo sucedieron, se fue construyendo este presente. Nos hemos forjado a partir de la suma de los sacrificios, los errores, las grandezas y los aciertos de nuestros antecesores.

Somos lo que se fue construyendo.

Somos herederos de los jujeños que abandonaron todo lo que tenían para seguir a Belgrano. Y de los valientes criollos que afrontaron las peores dificultades para pelear con San Martín en Chile y Perú.
Sucedemos también a las familias mortalmente enfrentadas entre federales y unitarios hasta lograr la organización nacional. Y de aquella generación del 80 que, a su modo, imaginó un futuro y se decidió a hacerlo posible.
Venimos de los miles de italianos, españoles, franceses, rusos y polacos que bajaron de los barcos en la primera mitad del siglo XX, buscando el bienestar que se les negaba en sus países de origen. Y también de los miles de bolivianos, paraguayos, peruanos y uruguayos que cruzaron las fronteras huyendo de la pobreza y la desigualdad.
Nuestros abuelos fueron aquellos quienes por primera vez pudieron votar gracias a Yrigoyen, y nuestras abuelas gracias a Perón y Evita. Y los que por todos ellos comenzaron a saber del reconocimiento de sus derechos laborales y sociales.
Somos los hijos de los que sufrieron las dictaduras, una tras otra, una más violenta que la otra. Y somos los hijos, los hermanos, los amigos o los vecinos de aquellos muchachos que fueron llevados a la guerra en Malvinas en 1982.
Somos los que, con Alfonsín, comenzamos a reconstruir, desde 1983 y para siempre, la democracia en la Argentina. Y los que, también con nuestros éxitos y fracasos, hemos sostenido la República en estos años, aun en las condiciones más dificultosas.
Hoy mismo, en el contexto de la pandemia por COVID-19, somos los que juntos enfrentamos las adversidades. Y seguramente seremos los que, cuando todo pase, volveremos a empezar, colocando de nuevo ladrillo sobre ladrillo.
“Somos el porvenir de esos varones, / La justificación de aquellos muertos”. Por eso, por ellos, y también por las generaciones futuras, nuestro deber es “Ser dignos del antiguo juramento / Que prestaron aquellos caballeros”.
¡VIVA LA PATRIA!

Nota: Las opiniones de este artículo son responsabilidad del autor.

Publicado el miércoles 8 de julio de 2020

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