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Con una niñez hecha leyenda, uno de los próceres más talentosos, significativos y también discutidos de nuestra historia, gracias a su áspero carácter se hizo acreedor a muchas y graciosas anécdotas. Algunas de ellas las protagonizó en Luján.

José Clemente Sarmiento, un oficial del Ejército de los Andes y doña Paula Albarracín, dueña de una personalidad desbordante de firmeza y abnegación fueron los padres de Faustino Valentín Quiroga Sarmiento, nacido en San Juan, el 15 de febrero de 1811. En este punto vale aclarar que nunca se llamó Domingo. Por una gran devoción a este santo, así comenzaron diciéndole en su casa y de esa manera se fue perdiendo para siempre Valentín.

La pobreza que rodeó a la casi legendaria infancia y adolescencia del prócer sanjuanino es bastante conocida por todos nosotros, al igual que la estricta asistencia y puntualidad que lo caracterizó en la escuela de su pueblo natal o su excepcional vocación por la lectura y la enseñanza. Con el paso de los años, como a todo argentino de su tiempo, le llegó el momento de las grandes decisiones. Unitarios y federales habían pasado de la discusión doctrinaria a una encarnizada lucha armada que la Patria siempre recordará con dolor. Al igual que su padre, Sarmiento se enroló en las filas unitarias y luego de estar a punto de perder la vida en varias oportunidades, ante el triunfo de los federales, decidió exiliarse en Chile, cuando Facundo Quiroga, “El Tigre de los Llanos”, dominaba toda la zona cuyana, allá por 1831. En el vecino país ejerció la docencia, fue comerciante de pequeña envergadura y capataz en obras de minería. Aquella intensa actividad debilitó su salud, de modo que una fiebre tifoidea puso en peligro su vida, lo que le permitió volver al país, por gestiones que su familia realizara ante el gobierno. Ya aquí en su patria, y una vez repuesto de su enfermedad, creó un establecimiento educativo y en 1839 fundó el periódico “El Zonda”. Y fue por aquellos años que debió haberse producido la primera visita de Sarmiento a nuestra Villa.

EN LA PRISION DE LUJAN

Luján, siempre protagonista en los principales hechos de la historia de la Patria, recibió en 1835 al General José María Paz en calidad de prisionero de Juan Manuel de Rosas y en su calabozo del Cabildo permaneció hasta 1839. No faltan los que descartan que esta visita con el propósito de saludar al ilustre prisionero se haya producido, pero las palabras escritas por Sarmiento parecerían confirmarla al describir de la siguiente manera al calabozo del Manco Paz:  “Figúrese el lector, el ver como he visto, un cuarto de cuatro paredes sin colgaduras ni alfombrados, algunas sillas y una mesa por todo amueblado; una niña joven dando de mamar a su hijo y un hombre con una artesa dentro del mismo cuarto, lavando ropas de adultos y de niños y podrá el lector formarse una idea de las escenas de la prisión de Luján. En sus puertas y ventanas se ostentaban del lado de afuera pañales y mantillas y una gran cantidad de jaulas llenas de canarios y jilgueros. ¡Ah ! El general Paz desafía al más hábil constructor da jaulas de cañas a hacerlas más fuertes y más variadas, con torres, pirámides, obeliscos, todo de caña y primorosamente tallado. Hacer jaulas para pajaritos que alegrasen con sus gorjeos; fabricarse él mismo su calzado y lavarse la ropa, fueron al principio sus ocupaciones y sus goces soberanos; hasta que una buena provisión de libros, una esposa y un hijo, vinieron por fin a hacerle feliz su cautiverio”.

De haber sido, la visita de Sarmiento se produjo en 1839, a su regreso de Chile.

DE NOCHE Y PERDIDO EN LA VILLA 

Sincero admirador de la grandeza sanmartiniana, a los 36 años tuvo la oportunidad de entrevistar al Gral. San Martín en su exilio en Francia. En aquella oportunidad, Sarmiento se hallaba recorriendo el mundo, enviado por el gobierno chileno. Luego de más de dos años de viaje regresó al país trasandino, se unió en matrimonio con una sanjuanina, viuda de don Domingo Castro, doña Benita Martínez Pastoriza, quien tenía un hijo de su anterior matrimonio al que Sarmiento amó como propio y que fue el famoso “Dominguito”, caído en plena juventud en la Guerra del Paraguay. 

Fue autor de una gran cantidad de libros y un eximio estudioso de los sistemas educativos. Tras el pronunciamiento de Urquiza en 1851, vuelve al país para ponerse a disposición del entrerriano. De modo que, a los 40 años de edad y con el grado de teniente coronel tuvo a cargo la redacción del “Boletín del Ejército Grande”. Luego de la derrota de Rosas en Caseros, por diferencias con Urquiza vuelve a refugiarse en Chile pero antes estuvo en Luján, cuando las tropas del general Justo José de Urquiza avanzaban sobre Buenos Aires. Habían salido de Pergamino el 21 de enero de 1852 y el 30 del mismo mes se hallaban en las cercanías de nuestra Villa. Sarmiento, boletinero del “Ejército Grande”, contaba con una carreta en la cual transportaba su imprenta de mano y en la que bien visible se leía la palabra “imprenta”. Al atravesar el arroyo situado en los campos que pertenecen a la actual Villa Ruiz, el eje de la carreta imprentera, que tenía su propia bandera, quedó inutilizada por una rotura que en ese momento resultaba irreparable. Pensó entonces en don José Fernández Coria, un hacendado sanjuanino que vivía en las actuales San Martín e Italia y envió a la Villa de Luján a una partida de soldados en demanda de una carreta. Estos regresaron prontamente pero con la mala noticia de no haber encontrado a la persona que el boletinero le decía “pariente”. En consecuencia, hombre de pocas vueltas, el futuro Presidente de la República se puso en camino de Luján en compañía de los soldados. Tampoco tuvo la suerte de reunirse con su comprovinciano, pero se anotició de que en las actuales Francia y San Martín vivía Dámaso Escalera, a cargo provisoriamente del Juzgado de Paz, y allá fue Sarmiento en demanda de una carreta. Ya entrada la noche aquel 30 de enero de 1852 golpeó la puerta por el lado de la calle Francia, donde hasta hace unos años estuvo el Bazar Mundial. Solucionado el inconveniente de la carreta –él mismo lo confiesa en sus “Memorias”-, en su intento por regresar a la actual Villa Ruiz estuvo vagando con sus acompañantes en medio de la oscuridad de aquellos interminables campos por espacio de tres horas, antes de encontrar al grueso del ejército que avanzaba sobre Buenos Aires y que finalmente pondría fin a régimen rosista.

GRAN COMILONA JUNTO AL RIO

Años más tarde, en 1855 vuelve a la Argentina, esta vez apoyando al Gral. Mitre. Y para ese entonces, ya con 50 años de edad, comenzaría a destacarse en el firmamento político de la época. Ocupó gran cantidad de importantes cargos públicos, llegando a ser gobernador de su provincia natal. Más tarde fue embajador en varios países y a los 57 años de edad, en 1868, recibe los atributos presidenciales de manos de Bartolomé Mitre, los que al final de su mandato entregará al Dr. Nicolás Avellaneda.

Aunque talentoso como pocos, su paso por la historia despertó no pocas polémicas. Corrían los tiempos cuando el primer censo nacional daba cuenta de que la Argentina estaba poblada por 1.763.702 habitantes, y fue al poco tiempo de asumir la presidencia de la República cuando el prócer sanjuanino vuelve a Luján.

El periódico satírico de Buenos Aires “El Mosquito” se ocupó de ridiculizarlo con motivo de su visita a la Villa de Luján, presentándolo con una rabadilla de pollo sostenida a dos manos, aludiendo a un almuerzo del que había participado. Pero la noticia detallada del hecho le corresponde a una de las “Postales viejas” de René Rossi Montero: 

“El Molino Nuestra Señora de Luján, construido por los hermanos Jammes, en el mismo lugar que en 1639 fue edificado el casco de la estancia de doña Ana de Matos, había pasado a ser de la firma de Bancalari y Descalzo. Uno de sus dueños, al iniciarse las obras, tuvo la idea de invitarlo al Presidente. Y éste, contra la opinión de todos, aceptó gustoso, considerando que la industria molinera debía ser alentada, ya que todavía buena parte de la harina era importada desde Brasil.

“La fiesta fue un domingo y Sarmiento vino a Luján casi de incógnito, con una reducida comitiva. El tren que lo condujo hasta aquí hizo su parada habitual en la vieja estación construida en 1864 (no en la actual) y desde allí una caravana de carruajes lo acompañó transitando por la Calle de Luján (las actuales avenidas España y Dr. Muñiz, obviamente de tierra por aquellos años). El lugar del almuerzo había sido preparado a la sombra de un añoso saucedal que ofrecía su reparadora sombra junto al río. La cabecera fue ocupada por el primer mandatario y por los dueños de casa, y en mesas aparte payadores y cantores, los que habían sido especialmente invitados para amenizar el almuerzo.

“Los Descalzo habían contratado a las más avezadas cocineras para el banquete, habían hecho asado con cuero al mejor estilo criollo, un sabroso puchero, un pastel de carne y pollo a las brasas, muy buena bebida y como postres, empanadas de dulce, pastelitos con grajeas y “duraznos de la Virgen” en almíbar. Maestra de ceremonia fue doña Margarita Román y uno de sus menesteres fue el de averiguar los gustos del Presidente entre la comitiva que lo acompañó. A uno de los platos Sarmiento le brindó una especial atención y tanto que, en un momento le dijo al dueño de casa: ´Tenía que ser en el Pago de la Virgen, que -por milagro- adivinaran mi plato predilecto´. Preguntado sobre cuál de ellos era, Sarmiento le mostró los esqueletos de las rabadillas que poblaban sus platos: ´¡Pero, hombre! ¿No se dio cuenta que me han servido cuatro rabadillas?´ Desde entonces, las rabadillas de pollo comenzaron a ser nombradas en Luján, como ´la presa de Sarmiento´”.

SUS ULTIMOS DIAS

Una vez abandonado el cargo presidencial Sarmiento no se retiró del terreno político. En 1875 fue senador por su provincia natal. Pero años más tarde, en 1886, a los 75 años de edad y siempre dominado por su irrefrenable vocación de escritor dio a luz a uno de sus libros más profundamente tiernos: “La vida de Dominguito”.

En su vejez no descansó visitando escuelas del interior donde los maestros lo saludaban emocionados. Con admiradores y detractores, este gigante de nuestra historia, que asustaba por su hosquedad, era dueño de un frondoso anecdotario.

En 1887, ya muy enfermo viaja al Paraguay con miras de restablecerse de su delicada salud. Pero el 11 de setiembre de 1888, muy pobre y a los 77 años de edad una afección cardíaca le hace sentir la presencia de la muerte. Esa mañana, le pidió a su nieto que lo acercara hasta la ventana de su cuarto para contemplar la aurora y así, a la espera del sol que viera por primera vez en su lejano San Juan, ingresaba a la inmortalidad.

Una impresionante multitud se congregó en Buenos Aires a pesar de las inclemencias del tiempo para rendir su postrer homenaje a aquel hombre que por sobre todo fue siempre maestro, título que apreció más que ningún otro. 

MAS ANECDOTAS 

Se ha dicho con verdad que la anécdota es uno de los hechos que mejor relevan el carácter del hombre. De las vidas de grandes argentinos, la de Sarmiento es una de las más ricas en ese tipo de reacciones espontáneas que más ayudan a definir su carácter.

Su fogoso temperamento lo hacía incurrir algunas veces en contestaciones inadecuadas de las que luego se arrepentía reconociendo su error. Cierto día en que estaba leyendo un diario opositor que le atacaba duramente, le llamó la atención un párrafo que decía: “Sarmiento es tan pobre que si se le pusiera cabeza abajo no caería un solo centavo de sus bolsillos”. De inmediato fue a su escritorio y escribió la siguiente respuesta que apareció en un diario: “Si al autor de esas líneas, con las que pretende atacarme, se le pusiera también cabeza abajo, no se le caería -tan bruto es- ni una sola idea de la cabeza”.

La terquedad de Sarmiento fue famosa. En el fondo de su casa crecía un limonero, pero según él, era un naranjo. Y esta era la discusión que mantenía con su hermana, la que todas las tardes lo esperaba de la presidencia con una naranjada que ella misma especialmente le preparaba. Cierto día, ésta, cansada de la estéril discusión, decidió poner fin a la misma. Al llegar Sarmiento como cualquier tarde, se dispone a beber su delicioso vaso diario y grita arrojándolo con furia y gesticulando como un demonio: “¿¡Esto no lo has preparado con naranjas sino con limones?”. “Estás equivocado Domingo -le responde la hermana- porque he cortado los frutos con mis propias manos del árbol de fondo, que tú sostienes que es un naranjo…” Sarmiento repuso sin declararse vencido: “¡Pues si el olmo no da peras, en cambio hay naranjos que dan limones!”.

Publicado el jueves 15 de junio de 2023

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