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El término «Independencia» en un contexto político hace referencia a la fundación de un país que atraviesa por un previo proceso de ruptura de sujeción a otro país. Es decir, hay independencia cuando una comunidad rompe los lazos de subordinación y dominio respecto de otro país y, por lo tanto, deviene independiente. Nuestro proceso de independencia comenzó en 1810 y se dio su forma definitiva el 9 de julio de 1816.

Por ello, conmemoramos el aniversario de aquel 9 de julio en el que en el Congreso de Tucumán se firmó la Independencia de las Provincias Unidas de Sudamérica. Es decir, conmemoramos el proceso por el cual los treinta y tres diputados de distintas provincias representaron el espíritu de gran parte de la ciudadanía de estas tierras y declararon que no estaban dispuestos a la subordinación a España sino que querían darse sus propias formas de gobierno.

Independientes para integrarnos mejor

Ahora bien, la independencia implica necesariamente el reconocimiento de los otros. Las Provincias Unidas debimos, por lo tanto, ser independientes de España y también a los ojos de los otros. Independencia es, entonces, emancipación y reconocimiento. En todos los casos, la independencia de las Provincias Unidas significó abandonar la tutela de España, ser mayor de edad, sapere aude (anímate a saber), decía Kant en su texto de 1784.

Si pensamos el concepto de «independencia» en 2020 y nos preguntamos si es posible suponer la independencia tal y como se la concibió en 1816, debemos responder que no. En un mundo globalizado, ser independiente completamente y en términos literales no parece tan fácil, aun cuando sí lo sea mirándonos hacia nuestro interior y tratando de prescindir de nuestra pertenencia hoy a un mundo globalizado al que reconocemos, al mismo tiempo, en sus riesgos y amenazas, como en sus oportunidades.
Los países buscan establecer lazos y fortalecer sus posiciones de la mano de sus socios regionales. Por eso, la otra palabra a la que nos hemos acostumbrado es la “integración”. Nos sentimos integrados con otros, buscamos que así sea, entre otras cosas porque son procesos que nos enriquecen y fortalecen, como nuestra integración regional.
Por lo tanto, ser libre en el sentido más corriente de “hacer lo que yo quiero”, “no encontrar límites externos a mis acciones voluntarias”, no sólo suena utópico sino también irresponsable.

Un mundo interdependiente

Este 2020 nos puso frente a nuestro propio límite en la pretensión de libertad o independencia respecto de los otros países. Somos interdependientes, gozamos de una libertad responsable y conocemos nuestros propios límites políticos no sólo en las fronteras que cada país levantó para defenderse del COVID19, sino nuestros propios límites en materia económica, sanitaria, educativa, etc.

Allá por diciembre nos parecía que el virus que afectaba a China, era un riesgo tan lejano como irrepetible en nuestras tierras. La pandemia nos enseñó que no estamos tan lejos de aquello. Pero sobre todo, hemos ido adquiriendo una mayor conciencia sobre la forma en que nos afecta lo que se sufre en la otra parte del mundo. Algo que deberíamos tener en cuenta de manera permanente y frente a otras situaciones. Lo que pasa fuera de nuestras fronteras, nos importa, nos sensibiliza, nos compromete.
Sin embargo, más allá de que el mundo atraviesa el mismo proceso, la manera en la que lo atravesamos es diferente. Argentina ha tomado medidas altamente inmunitarias, a riesgo de poner en jaque la propia comunidad.

Puentes, no barreras

Hemos levantado barreras para defendernos del virus en cada frontera con otros países, en cada provincia, incluso en cada municipio. Hemos levantado barreras frente al diálogo, nos hemos cerrado en la opinión de algunos expertos en epidemiología sin tener en cuenta que una epidemia se atraviesa de la mano de una multiplicidad de saberes.
Está puesta en juego la vida, y no sólo el cuerpo. Vivir sin “con-vivir” no es lo que aprendimos de 1816. Para nuestros congresistas y sus conciudadanos, valía la pena arriesgarse por una comunidad, por el estar con otros, el estar entre otros. Ser independiente es, entonces, sabernos entrelazados y saber que es de esa misma contaminación con el otro que se hace comunidad.

Como se ha expresado antes, la independencia de nuestra Nación no ha sido un hecho cerrado como acontecimiento autónomo de un día, sino más bien un largo proceso de venturas y desventuras, encuentros y desencuentros. Asociado con aquel primer grito de libertad en el cabildo abierto del 22 de mayo de 1810 y marcado por una cantidad de batallas, unidades y rupturas a lo largo de varias décadas. Pero sin duda, ese proceso no hubiera tenido el cierre necesario para que nuestra independencia pudiera evidenciar un ejercicio pleno sino hasta la sanción de la Constitución Nacional. Porque la capacidad o condición de independencia está relacionada con la posibilidad de actuar y de regirse sin tutelas ajenas.
El Estado que no depende se rige por sus propias normas.

Y entonces aparece un nuevo elemento central para esa nueva vida independiente: las instituciones del estado soberano y de derecho. Y esas son las que nacieron a la luz de nuestra Carta Magna, fijando un equilibrio de poderes en el funcionamiento de la república.

Tampoco tendríamos una visión integral sin la referencia al punto de la representación popular, al ejercicio del poder a través de representantes. Y entonces, cabe una mención a la Ley Sáenz Peña que consagró el voto universal, secreto y obligatorio. Es recién a partir de entonces que ese proceso independentista pudo visualizarse completo. Y ello sin perjuicio de las interrupciones posteriores de los golpes militares que también implicaron un cercenamiento de los derechos humanos, civiles y políticos y, por tanto, una “independencia restringida”.

También hay otro concepto que se vincula con nuestro tema: la soberanía. Se reconocen en ella tres elementos: territorio, pueblo y poder, todos ellos además relacionados con la idea del estado. Habremos de ser cuidadosos al extremo en la consideración de estos conceptos que constituyen la raíz misma de nuestra Democracia.
Preocupa el bastardeo de un término tan profundo para justificar medidas que rozan el límite de la ilegalidad, como lo fue la declaración de soberanía monetaria para la expropiación de la imprenta Ciccone; o la soberanía alimentaria para hacer lo propio con la empresa Vicentin.
La soberanía radica en el pueblo que gobierna a través de sus representantes. No deja de parecer idílica tal afirmación en estos tiempos.

Más Pluralismo y más República para lo que viene

La Democracia sostenida en los conceptos de libertad, soberanía e independencia requiere de instituciones y normas que la hagan efectiva, y la participación popular en los mecanismos de toma de decisiones y de control limitante del poder.

Libertad e independencia en soledad son términos vacíos. Somos libres e independientes con otros. Recuperemos la libertad de pensamiento, abandonemos el exceso de tutelas, abrámonos al pluralismo, apostemos al diálogo. Seamos responsables de mantenernos vivos, sanos, pero con un proyecto, juntos. De lo contrario, «hacemos vivir, y desplazamos hacia la muerte» como decía Foucault en 1976. Nos mantenemos vivos del COVID19, pero desplazamos hacia el hambre y la pobreza, hacia la angustia, la tristeza y la melancolía. Seamos capaces de recordar ese 9 de julio de 1816, redimamos ese espíritu de comunidad y pensemos en un proyecto de país inclusivo, donde nadie se muera por la pandemia, pero tampoco por las consecuencias de la cuarentena.

Nota: Las opiniones de este artículo son responsabilidad de la autora.

Publicado el miércoles 8 de julio de 2020

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