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La prevención es lo primero

 Dice un dicho popular: «más vale prevenir que curar». Aquellos países que ponen el acento en implementar políticas de prevención antes que de asistencia; ganan en salud y ahorran en recursos económicos que pueden destinar a otras necesidades: alimento, vivienda, trabajo, educación, cloacas, etc. Es decir que en salud, la política correcta no es gastar sino invertir.

Las decisiones políticas en nuestro país casi siempre han sido definidas desde los países que detentan el poder. El asistencialismo, la aparatología de alta complejidad, las campañas preventivas ineficaces, los medicamentos, etc. responden a un solo objetivo: la dependencia. Los recursos para la salud de nuestro Pueblo (60% debajo de la línea de pobreza) los define el Banco Mundial a través de los organismos internacionales. La enfermedad es rentable.
La prevención para disminuir considerablemente la enfermedad inherente a la vida humana nos daría una autonomía que debe ser evitada a través de la cooptación de las voluntades de políticos y funcionarios. Ellos son los que definen las políticas sanitarias, económicas y culturales nacionales.
Las políticas actuales no reconocen el derecho de los ciudadanos a la salud. De lo cual se desprende que los bienes materiales valen más que las personas. La situación mundial nos muestra que el 1% de la población mundial posee más riqueza que el 99% restante.

Toda salud es pública

La pandemia -en tanto hecho crítico con impacto masivo- plantea la necesidad de planificación desde el Estado; que es el actor que debe ser eficaz a la hora de enfrentar la situación colectiva. Los sectores de la seguridad privada y de la seguridad social deben supeditarse a las políticas que defina nuestro Estado.

Toda salud es pública. En este sentido, tenemos una primera línea de respuesta con la que el ciudadano cuenta -lo sepa o no- puesto que es su Derecho. Se trata de la Policía, los Bomberos, los Camilleros, las Enfermeras, los ambulancieros, los Médicos, los Trabajados sociales, el Personal de maestranza y de nosotros, los Psicólogos.

Orientar con dignidad

Es esencial que el efector de salud tenga muy presente que su intervención ante la persona que acude en situación de alerta debe ser ante todo profundamente humana (contener y no precipitar respuestas porque el que acude quizás no esté en condiciones de escuchar).

El profesional debe contribuir a que el que acude sepa que no está enfermo. Es “su salud” la que lo lleva a pedir ayuda. La información debe dar respuesta accesible y clara a propósito de la necesidad de orientar sobre qué acciones debe tomar frente a la incertidumbre que atraviesa.

Es imprescindible escuchar al otro, no subestimando su saber e imponiendo el nuestro como si fuera mejor; a riesgo de quitarle fuerza en una situación de alta vulnerabilidad que en general lleva a no reconocer los potentes recursos de salud que posee. Si llegó vivo y en situaciones difíciles, es porque tiene conocimientos que ya posee (el barrio, la familia, la sociedad de fomento, los clubes, etc.). El reconocimiento a la Dignidad del que acude (que no está en la posición de paciente; sino de activo partícipe responsable de la situación colectiva) es esencial para que el acto de salud se base en el respeto.

¿Sobran seres humanos?

En el año 2006 en unas jornadas de trabajo comunitario en Mendoza, José De Luca (pastor de la iglesia metodista argentina) nos decía: «el mundo está diseñado de tal manera, que sobran las dos terceras partes de la población mundial». En medio de la situación que atravesamos, “las mayorías” no tienen el tiempo suficiente para esperar la satisfacción de sus necesidades básicas tales como comer, llevar el sustento a su hogar, vivir en un lugar habitable, y tener medicamentos. Se trata de una dramática encerrona: ¿si respeto la cuarentena pongo seriamente en riesgo la vida de mi familia o si no la respeto cometo un delito?

Esta encrucijada adquiere las características propias de una verdadera paradoja. Las paradojas no tienen solución. La acción inmediata del Estado aquí es determinante para prevenir situaciones que pueden evitarse, pero solo si éste, cumple su función de asistir a los más necesitados a través de planes de asistencia de todos los tipos que sea necesario.
Esto significa que los sectores sociales más acomodados económicamente, deben participar a través de actos solidarios que impliquen renuncias que dan cuenta de la justicia y de la equidad con nuestros semejantes. Dichos actos deben basarse en el Bien Común de las mayorías y no a las prebendas de las minorías. El Estado debe accionar para que prevalezca la ética del amor sin esperar espontáneos gestos caritativos. De no ser así, prevalecerá el habitual «sálvese quien pueda». Sólo el Estado puede garantizar que estas políticas sociales se implementen.

Se trata de la Justicia que nombra nuestra Constitución Nacional. El poder de administrar los recursos productivos los define el Mercado o los define el Estado. No hay tiempo para que el sector de la salud sea un simulacro. Es la Vida de las Personas la que está en juego a riesgo de que naturalicemos la exclusión social: siempre frente a los acontecimientos críticos pagan más, los más vulnerables.

Saber acompañar en el último tramo del camino

La evolución del mamífero superior de sangre caliente (vulgarmente llamado ser humano) da cuenta -según serios estudios arqueológicos y antropológicos- que aquellas sociedades que han seguido cuidando a sus miembros más vulnerables, han sobrevivido. Es decir que el cuidado es una razón fundamental para la supervivencia de la especie.

La Cultura es una construcción (hasta lo que sabemos) eminentemente humana que hoy -a diferencia de los Pueblos llamados Primitivos- está determinando (con su dramático descuido por los bienes naturales) su autodestrucción.
Ni el planeta ni el resto de los seres vivos nos necesitan. Somos nosotros la especie que depreda y que no hace falta para que la Vida continúe.

Los hombres inventamos relatos sobre la realidad para poder soportarla. Los más comunes obedecen a nuestras sombras y a nuestros miedos: la falta de amor, la necesidad de dominación, la falta de alimento, la necesidad de seguridad, la naturaleza, la muerte. Otros son la esclavitud, la monarquía, dios, el dinero, la moral, la sexualidad, etc.
Es preciso detenernos en un tema muy caro a los seres vivos: somos mortales. Venimos y nos enteramos pronto de que el viaje es sólo el tramo que va de un aleteo (los brazos de Mamá) a otro (los brazos hacia los que se fueron antes que nosotros).

El relato que inventamos en relación a la muerte inevitable de nuestros seres queridos, es que cuando llega el momento de partir necesitamos realizar ceremonias y rituales en forma colectiva. La honra y el amor comportan la necesidad de acompañar en el último tramo y despedir con el cuerpo presente y en comunidad al ser con el que compartimos nuestra vida y que se «nos va» para siempre.

La pandemia nos confronta con la necesidad de crear otros nuevos relatos para los asuntos de siempre: el sentido de nuestra existencia, los vínculos, la cotidianidad y el sufrimiento. No es la primera ni la última situación límite que la especie debe enfrentar a lo largo de su historia: epidemias, guerras y catástrofes naturales.

Veremos si estamos a la altura de las circunstancias y en vez de que prevalezca el individualismo autodestructivo, se imponga la ETICA DEL AMOR
La mayoría de los seres humanos deseamos vivir en paz para poder amarnos y trabajar. Que así sea.

Nota: Las opiniones de este artículo son responsabilidad del autor.

Publicado el viernes 29 de mayo de 2020

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