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Miembros de la Juventud Radical de Luján rodean al ex presidente Raúl Alfonsín a fines de 1989.

Entre otros, Javier L. Casset, Julia M. Peregrina, Mario Esper, Néstor Fabián Migueliz, Néstor y Fernando Melano, Fernando G. Casset, Mario D’Angelo, Mariana Girón, Marcelo Pizarro, Marcela Erramuspe, Leonardo J. Moreno, Silvina Bocchicchio y Karina Santillán.

ALFONSÍN

PARADIGMA, CONDUCTA Y LECCIONES

Néstor Fabián MIGUELIZ

«E pues vos, claro varón,
tanta sangre derramastes
de paganos
esperad el galardón
que en este mundo ganastes
por las manos;
e con esta confianza
e con la fe tan entera
que tenéis,
partid con buena esperanza,
que esta otra vida tercera ganaréis»
Jorge Manrique.
«Coplas por la muerte de su padre»
(1476)

Intento arribar a un recordatorio original que concite la atención del lector, sin reiterar lo ya dicho, procurando no caer en lugares comunes. Herramientas simples: conductas y momentos, que -en tanto valorables y valorados- devienen en lecciones para la posteridad.
– Momentos de la militancia: Conocí personalmente a Raúl Alfonsín, en Luján, en ocasión de la inauguración del Monumento a los Caídos en Malvinas (2 de abril 1984). Exactamente, 25 años después, desde el Congreso federal- contribuí, como tantos miles de ciudadanos, a jerarquizar lo que más pude su merecido descanso final.
Sabía antes de él (1979-80) y de sus ideas, por su ascendente «cursus honorum» y por la identidad de algunos radicales lujanenses, como José Ignacio «Nacho» Gorostegui, José F. «Pepe» Russo y Rubén «Jano» Rampazzi, con su » Renovación y Cambio». «Janito» nos había obsequiado -a Luis A. Mignone y a mí- su pionero «La Cuestión Argentina» (1981): contábamos recién con 17 años, y aún no podíamos afiliarnos.
Recuerdo vivamente su prudente actitud crítica respecto a la «aventura de Malvinas» (1982), teniendo muy en consideración los riesgos corridos por nuestros jóvenes soldados. Disuelta la Junta Militar, como consecuencia política inmediata de la derrota (en una brillante pero olvidada jugada política), Alfonsín promueve públicamente -plenamente consciente del carácter cuasi utópico de la propuesta, por la situación autocrática, no por insensata- un «liderazgo político transicional de alta jerarquía moral y ética» ; y le arroja al régimen en la cara: «el Radicalismo tiene un nombre: Arturo Umberto Illia», lo que genera reflexiones y precipitará la salida electoral.
En Chascomús, el 8 de julio de 1989 luego de entregar el poder a su sucesor constitucional, vi cómo mi madre lloraba desconsoladamente al comenzar su discurso. Y sólo ante la tremenda tristeza del ser querido -y del momento vivido, claro- uno toma dimensión de la presencia en nuestras vidas de aquél protagonista.
Durante la militancia juvenil, creamos (1989-91) un modestísimo boletín de difusión. Alfonsín nos regaló una dedicatoria que lucíamos orgullosos al frente de aquél fotocopiado «Tu Quoque Juventud». A la cena militante celebrada a fines del ‘89, la Juventud Radical asistió masivamente. Al momento de las preguntas, uno de nuestros jóvenes lo interrogó críticamente sobre las leyes denominadas de «obediencia debida» y «punto final». El ex presidente contestó. Pero antes de irse esa noche, pidió hablar personalmente -mano a mano- con el requirente; y le dio nuevamente una amplia respuesta, preocupado, con paternal ánimo, porque se lo entienda bien.
– Proyecto de ley: hacia mediados de 1995, viví el aprendizaje de participar en la redacción de un sustancioso proyecto legislativo que reformulaba íntegramente la normativa electoral argentina, jaqueada severamente luego de la sombra que arrojaron -sobre la transparencia- algunos confusos episodios en los comicios de 1991 y 1993 (Avellaneda, Santa Fe, etc.). Alfonsín fue su inspirador y promotor, desde la titularidad nacional partidaria, y procuró una luz verde de la restante oposición y del menemismo oficialista. Discutimos con él pormenores y contenidos del proyecto, en un equipo de juristas que coordinaba su estrecho colaborador Juan José «Manolo» Canals desde la prosecretaría parlamentaria del Senado federal. Fue un honor para mí. El texto, firmado por todo el bloque senatorial, y anunciado en conferencia de prensa por él mismo, establecía la custodia y previa prueba del sistema informático, la creación de un consejo superior electoral, y el desdoblamiento adecuado de funciones administrativas y judiciales. Ese trabajo fue una «escuela de política y estado». «Muchachos -nos decía, ante alguna cláusula- no me hagan ‘chachismo’ o ‘asambleísmo’ !»; ratificando así su plena confianza en el sistema representativo y republicano en el que nunca dejó de creer.
– Sólo una: cita textual, que explica mucho más que cien lecciones. Proclamaba Alfonsín, hace casi 33 años, en «Propuesta y Control»:
«… Nuestro enemigo no está a la izquierda o la derecha. Es cualquiera que sostenga que el fin justifica los medios. Quiénes así han pensado, constituyen la hez de la historia y son los grandes responsables de las más serias catástrofes de la civilización. Repudiamos la metodología del terrorismo sin pensar siquiera en sus objetivos, pero también condenamos a quienes sostienen la conveniencia de olvidar el debido respeto a fundamentales valores humanos, con el propósito de ser más eficaces en la lucha…. Seria falla moral»
(Año 1, Número 1, agosto, 1976)
– Senador de la Nación: me ilusioné muchísimo con su llegada al Alto Cuerpo en diciembre de 2001. Lo veía siguiendo los pasos de Mitre, Sarmiento, Avellaneda, Roca y Pellegrini, quienes jerarquizaron la Cámara integrándola después de haber presidido la República. Su rol fue clave en los duros momentos iniciales por los que atravesó la gestión «semiparlamentaria» de Eduardo Duhalde, en 2002: mucha de la legislación de emergencia que hubo que dictar, no hubiera resultado aprobada sin «la muñeca política» de un senador como él. Me decepcionó su renuncia, algunos meses después.
– Libros y legado: sus textos últimos, derivados sustancialmente de evaluaciones de la gestión presidencial y de los contenidos ideológicos y programáticos de la nueva Constitución (1994), son de suma utilidad para la interpretación y la búsqueda de la «voluntad del constituyente». «Democracia y Consenso» (1995) -cuyo primer borrador me cupo fotocopiar, apenas salido de la PC de Canals, antes de verlo él mismo y, por supuesto, antes de ir a la imprenta-, «Memoria Política» (2004) y «Fundamentos de la República Democrática» (Curso de Teoría del Estado, 2006) cumplen, sin dudas, con esos fines satisfactoriamente, y dejan testimonio intelectual valedero.
Para el final, coincidencia plena con lo expresado hoy por el senador Enesto Sanz, quien -al despedir sus restos, en nombre de toda la Cámara Alta- finalizó diciendo: «Su legado no hay que buscarlo en sus discursos, columnas y libros: el legado es él mismo y su conducta».

Luján / Buenos Aires, abril 2 de 2009.

Publicado el jueves 9 de abril de 2009

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