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En muchos hogares de Luján, la escena se repite: chicos que van al baño con el celular, comen miran dvideos, se despiertan con la tablet o se duermen con la televisión encendida. Aun cuando algunos padres intentan poner límites, las pantallas se fueron metiendo en cada momento del día hasta volverse una extensión más del cuerpo.

Este fenómeno, que combina costumbre, falta de alternativas y un ritmo de vida acelerado, viene preocupando a especialistas y familias. No se trata de “prohibir”, sino de entender por qué cuesta tanto quitarlas y cómo acompañar un cambio posible.

Un hábito que se volvió necesidad
Las pantallas ofrecen estímulos constantes, inmediatos y diseñados para captar la atención. Para muchos chicos, representan compañía, distracción y un espacio donde “pasan cosas todo el tiempo”. Por eso se dificulta tanto interrumpir ese circuito: el cerebro queda acostumbrado a recibir gratificaciones rápidas.

Los adultos, a su vez, enfrentan días largos, trabajo, obligaciones y poco tiempo para sostener peleas permanentes por el uso del celular. Y así, sin querer, la pantalla se convierte en niñera, entretenimiento y calmante.

La vida familiar también cambia
Comidas sin conversación, rutinas interrumpidas, sueño alterado y pocas actividades compartidas. Lo que antes era un momento familiar, hoy muchas veces se diluye detrás de una pantalla. Incluso cuando se intenta poner un límite, los chicos suelen reaccionar con enojo o ansiedad, porque sienten que “pierden algo importante”.

Cómo empezar a recuperar espacios
No existen fórmulas mágicas, pero sí estrategias que muchas familias ya están usando con buenos resultados:

  • Acuerdos claros: fijar horarios o momentos sin pantallas (desayuno, almuerzo, cena, antes de dormir).
  • Participación adulta: no alcanza con decir “apagalo”, funciona mejor cuando los adultos también reducen su uso.
  • Alternativas reales: juegos de mesa, dibujos, lectura, actividades al aire libre o simplemente conversar.
  • Desconexión progresiva: en vez de quitar de golpe, disminuir de a poco el tiempo para evitar conflictos fuertes.
  • Pantallas como herramienta, no como premio: cambiar el mensaje de “si te portás bien, te doy el celu” por actividades que valgan por sí mismas.
  • Dar ejemplo: los chicos aprenden por imitación; si ven que el adulto vive pendiente del teléfono, copian lo mismo.

El desafío emocional
Sacar una pantalla no es solo apagar un aparato: es pedirles a los chicos que se enfrenten al aburrimiento, a la espera y a la frustración. Por eso es clave acompañar con presencia y paciencia, sin imponer desde la bronca. El cambio lleva tiempo, pero cuando se logra, la casa recupera calma, diálogo y momentos compartidos.

Una tarea posible
Aunque parezca difícil, muchas familias ya lograron reducir la dependencia y volver a instalar límites sanos. No se trata de prohibir el celular, sino de volver a ponerlo en su lugar: una herramienta útil, pero no el centro de la vida cotidiana. En un mundo que ofrece pantallas por todos lados, la clave está en recuperar el tiempo, la mirada y el vínculo.

Publicado el viernes 28 de noviembre de 2025

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