
La Villa de Luján tuvo su propio hipódromo
historia
Las tierras de la Virgen fueron también famosas por la calidad de sus caballos criollos.
No existía el Jockey Club porteño y ya la Villa tenía su circo de carreras. Las tierras de la Virgen fueron también famosas por la calidad de sus caballos criollos. No sólo se destacaron al servicio de los ejércitos de la Patria, sino que además convirtieron a Luján en sede de las más grandes cuadreras de la zona. Con estos antecedentes, donde está hoy la Cancha de la Liga fue creado nuestro hipódromo. Con distancia de tiempo -más de un siglo-, la presencia en Luján de un hipódromo (circo de carreras, como antes se les llamaba) aparece como difícil de aceptar fuera de Buenos Aires, donde todavía no se había fundado el Jockey Club, que nació en 1882, a iniciativa de pioneros del turf, como lo fueron Carlos Pellegrini, Vicente Casares y Eudoro Balsa, entre otros. Fue también integrante de aquel núcleo fundador don Eduardo Casey, quien en la estancia “Las Lilas” tenía valiosos ejemplares que dieron brillo a las pistas.
Dicho proyecto comenzó a tomar cuerpo en 1878, cuando un grupo de vecinos, en su mayor parte estancieros lujanenses, solicitó y obtuvo autorización para la creación de un circo de carreras, cuando el término hipódromo aún no estaba acuñado entre nosotros. La noticia de este ambicioso emprendimiento fue recibida con entusiasmo en toda la zona, y su importancia merece una enumeración de antecedentes que hacen a la historia del Pago de la Virgen.
LAS CABALLADAS DE LA VILLA
En la “Memoria de las Estancias del Pago de Luján y la otra Banda del Río de las Conchas”, presentada en 1725 por el capellán Francisco Rendón, con miras a la creación de una parroquia rural en Luján, consta la existencia de 78 estancias, la mayoría con crianzas de mulas, ovejas y vacas, mientras que en algunas, la cría de yeguas revestía singular importancia.
Medio siglo antes, en 1677, estos campos ya habían adquirido gran renombre por la importancia de sus caballadas. En el terrible malón que sufrió la Villa en 1780, que dejó como saldo cerca de cien pobladores muertos y cincuenta cautivos entre mujeres y niños, se perdieron cerca de tres mil caballos. Y mucho antes, cuando se produjo el alzamiento y la posterior huida de indios encomendados en 1711, los pampas abandonaron la toldería cercana al Santuario arreando más de dos mil caballos de las estancias lujanenses, lo que vendría a demostrar la importancia que le asignaban a la cría de equinos en la zona comprendida entre los ríos De las conchas y el Areco.
Don Manuel de Pinazo, verdadero apasionado por los caballos criollos, mientras se desempeñó como alcalde ordinario del Cabildo, se esforzó por darle singular brillo a las fiestas patronales de los 8 de diciembre, organizando memorables cuadreras y participando en los “juegos de cañas” con sus famosos caballos Blanco y Alférez. Y a esta somera enumeración, se le puede agregar que durante la invasión inglesa de 1806, la epopeya de la Reconquista de Buenos Aires, encarada por Juan Martín de Pueyrredón, contó con el inestimable aporte de las caballadas de las estancias de nuestra Villa; y también se debe decir que los oficiales ingleses que fueron traídos prisioneros a nuestro Cabildo, confesaron su gran admiración por la prestancia de los caballos criollos.
“EL LUJANERO” DEL GRAL. SAN MARTIN
No eran precisamente los ingleses los que iban a enseñarles a los criollos a montar a caballo, pero las crónicas registran el nombre de don Dionisio Barragán, quién vivía en la actual esquina de 25 de Mayo y Rivadavia, lugar que se convertiría más tarde la “Fonda de las Naciones” y que era conocida como la esquina de los Barraganes. Según la tradición, fue un inglés conocido como “Mister Gordon”, quien le enseñó a cuidar parejeros, a taparlos con mantas, a darles ración balanceada, a varearlos y a ponerlos en inmejorables condiciones para competir en las cuadreras. El criollo Barragán, el cuidador de parejeros más respetado en su época, no sólo trabajó en la estancia “Las Lilas”, sino que además estuvo a cargo de las caballadas de don Miguel Estanislao Soler, cuando este general se hallaba establecido en su “Campamento de la Libertad” (hoy barrio San Bernardo), antes de ser nombrado gobernador de la provincia de Buenos Aires, por el cabildo de Luján.
Y si hiciera falta respaldar los antecedentes de los caballos lujanenses, sobraría con decir que cuando en 1812 el coronel José de San Martín organizaba el Regimiento de Granaderos a Caballo, en la lista de donaciones se registró una importante cantidad de caballos lujanenses, mereciendo uno de color blanco (proveniente de la zona que sería luego nombrada como Torres) el apodo de “El Lujanero”, que San Martín reservó para uso personal, antes de librarse la histórica batalla de San Lorenzo.
LAS CUADRERAS DE ANTAÑO
A partir del establecimiento de la Corporación Municipal, en 1854, Luján tuvo su pista oficial de cuadreras en la calle 11 de Setiembre (hoy Mariano Moreno), entre Constitución (hoy San Martín) y Buenos Aires (hoy Mitre), por lo que fue llamada “La Calle de las Carreras”. Pero sólo era pista en ocasión de las fiestas patrias, ya que por lo general, cualquier camino real servía para poner a prueba los parejeros: el Camino del Norte (la actual Julio A. Roca), la Calle de la Pampa (Alsina) y la Calle de las Diligencias (Camino a Navarro), entre otros descampados donde se organizaban estas jornadas de destreza gauchesca que duraban hasta una semana, cuando no dos, concurriendo además los llamados “pulperos ambulantes”, quienes en sus carretas tiradas por bueyes surtían de ropa, herramientas, bebidas, cuchillos, ponchos, alimentos, etc. a las familias que habitaban puestos o caseríos de estancias cercanos a donde se realizaban estos encuentros. Al finalizar las carreras, mientras había luz se tiraba la taba, y desde el atardecer hasta la medianoche eran muy comunes los bailes; y también, entre lámparas y candiles, llegaba el turno del truco, el fico o el monte, apostando en estos juegos de naipes dinero, prendas de plata, hacienda, bolsas de maíz y hasta tierras, entre otros bienes.
EL ZAINO DE MOREIRA CONTRA EL RUANO DE COLIQUEO
La denominación “parejero” viene de correr en pareja, es decir, dos caballos; y este tipo de carreras fue una verdadera pasión tanto para la peonada, como para los estancieros más encumbrados y también para los jefes del ejército. Según la tradición, un parejero muy famoso fue el Oscuro del general Urquiza. Una tarde de 1852, a los efectos de tratar temas políticos, habían salido a pasear a caballo el general Urquiza acompañado por Mitre y Valentín Alsina. Entre los asistentes que escoltaban a dichos jinetes, iba un peón montando el célebre Oscuro. En un momento dado, divisaron una cigüeña al borde de una lagunita. Verla Urquiza y tratar de deslumbrar a sus acompañantes con la ligereza de su caballo criollo fue todo uno, y volviéndose hacia el peón le ordenó que agarrara al ave. En un abrir y cerrar de ojos el Oscuro llegó hasta la cigüeña y el jinete la tomó de una pata a poco de intentar alzar el vuelo y se la trajo al jefe entrerriano. Pero la justa fama de invencible adquirida del Oscuro de Urquiza duró hasta que se topó con el mestizo “Thomas Shander”, montado por el célebre corredor Tomás Grigera.
Otra carrera que hizo época, fue la que tuvo lugar el 15 de setiembre de 1872 entre un zaino de Juan Moreira y un ruano del cacique Coliqueo. Toda la tribu y numerosos vecinos llegados desde diversas partes de la provincia asistieron a ella, formando una prolongada y doble fila de jinetes a lo largo de la cancha. Ganó Moreira por media cuadra, una escasa distancia ya que el tiro era de dos leguas.
Pero según se decía en los fogones, el más guapo y veloz que se conoció en toda la provincia de Buenos Aires fue un caballo criollo llamado el “Pangaré Buey”, perteneciente al coronel Benito Machado. Sus años de apogeo fueron entre 1854 y 1862. Se lo tenía de cuartero en una empresa de diligencias, siendo una de sus postas la estancia de don Félix Ford, en la zona de Chascomús. Fue a parar allí en una redada policial de yeguarizos de marca desconocida que vagaban por aquellos campos sin alambrar. Cierto día se armó una cuadrera y uno de los Ford, que no tenía caballo agarrado, enfrenó a este pingo que por casualidad estaba en el corral. Aunque estaba flaco y lleno de mataduras, dejó a todos boquiabiertos al imponerse al resto por una distancia fuera de lo común. Cuando se descubrió su excelente calidad, confirmada en otras carreras, don Félix se puso a averiguar a quién pertenecía ese caballo, logrando saber que era del coronel Machado, a quien se le perdiera el día de la batalla de San Gregorio, cerca la desembocadura del río Salado. Escribió entonces al dueño para avisarle que tenía en su poder semejante maravilla, y éste le contestó regalándoselo sin más trámite.
REYERTAS Y DUELOS CRIOLLOS
Las carreras eran parte infaltables en las fiestas populares, como también las reyertas que a veces terminaban con duelos a cuchillo, razón por la cual, el intendente Antonino Manzanares, con motivo de la coronación de la Virgen en 1887, que trajo a Luján una concurrencia de 40.000 personas, prohibió la realización de cuadreras. Las apuestas por dinero eran motivo de graves desórdenes y por ello la Municipalidad de Luján había prohibido las carreras en la campaña por más de 100 pesos; si sobrepasaban esa suma debían realizarse dentro del poblado y si superaban los 500 pesos, debían efectuarse con autorización del Juzgado de Paz, siendo multadas las trampas con 15 días de trabajos públicos.
Las cuadreras lujanenses trascendían el interés local. En1882 el diario “Las Novedades”, editado en Buenos Aires, comentaba: “Los aficionados a las carreras se preparan en Luján para asistir a las cuadreras que tendrán lugar el domingo y el lunes. Allí, como en Buenos Aires, es tema de comentarios entre los carreristas el premio de 1000 pesos que se disputarán los caballos más afamados, y las apuestas se hacen por todos lados. Como son numerosas las familias que se preparan para acercarse a Luján, la fiesta promete ser agradable y concurrida”.
INAUGURACION DE LA PISTA OFICIAL
El proyecto de una pista de carreras venía madurando desde hacía tiempo, y se apoyaba en motivos válidos. Entre ellos, la aceptación que tenían las carreras en la Villa y la gran cantidad de gente que llegaba desde lejos para participar de ellas; también fue motivo el notable incremento de la cría de caballos en Luján y el entusiasmo de sus propietarios por exhibirlos en las pistas. Así, en 1878, un grupo de vecinos caracterizados pidió autorización para el establecimiento de un circo de carreras, que contó con respuesta afirmativa. Una comisión (presidida por don Nicolás Lowe) se hizo cargo del proyecto, y uno de sus integrantes, don Eduardo Casey, actuó en calidad de contratista teniendo a su cargo la construcción de la tribuna, palcos e instalaciones, siendo otro de sus integrantes uno de los hijos de don Lázaro Seín, dueño del famoso Mirador de Seín, de la actual esquina de ltuzaingó y 9 de Julio. El predio elegido bordeaba la calle 8 de Diciembre (actual Francia) a la altura donde medio siglo después fuera construida la Ruta 7, es decir, donde actualmente se encuentra la Cancha de la Liga.
La Municipalidad hizo entrega a la Comisión de la suma de 8.000 pesos de moneda corriente, destinados a las pollas, estableciendo además que las carreras debían correrse con caballos puramente criollos. Su inauguración, que contó con la presencia de altas autoridades, atrajo a una gran concurrencia y las reuniones sucesivas fueron adquiriendo gran importancia dado que las cabañas de los hermanos Casey, como la de Guillermo Kammis, Santiago Lawrie y entre otras la de Carlos Casares, rivalizaban presentando cada vez mejores ejemplares para competir en la pista lujanense.
Hoy, Luján sin hipódromo, no olvida sus parejeros de la primera hora, sus tropillas apreciadas y sus reuniones de antaño, que concitaban la presencia de los “devotos del deporte de los reyes”. Como tampoco olvida que el Padre de la Patria rindió su tributo al caballo lujanense, llevándose uno de estas tierras, al que llamó “El Lujanero”.
La actual tribuna de cemento del predio, (Parque San Martín), fue iniciativa del Intendente José María Perez en su mandato de 1916 a 1918. Fue la segunda tribuna de cemento del país. La primera fue la del antiguo estadio de Independiente.
La fotografía que ilustra esta nota pertenece al célebre Archivo Monjardín.
Publicado el domingo 24 de julio de 2022